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Los casos de eutanasia más conocidos en España

María José Carrasco padecía de esclerosis multiple desde hacía 30 años. El pasado miércoles, su marido, Ángel Hernández, la ayudó a morir al suministrarle pentobarbital sódico, el medicamento que acabó con su vida y que el matrimonio llevaba tres años guardando en su casa, a la espera de un cambio en la ley sobre la eutanasia que nunca llegó
Hernández, que lo grabó todo en vídeo, fue detenido ese mismo miercoles y puesto en libertad un dia después. El hombre, de 69 años, ha asegurado en una entrevista que fue su propia mujer quien, hace tres años, compró el medicamento por internet y lo guardaban desde entonces "por si acaso". "Ella aún tenía movilidad en las manos (...). Con el ordenador comenzó a buscar en internet, vio historias de gente que se había suicidado, con qué medicamento, y dijo: 'Pues este",
Asimismo, Hernández ha confesado que su mujer le pidió que le ayudara a suicidarse hace "tres o cuatro meses", y que desde entonces estaban esperando a que se aprobase en el Congreso una ley que regulase la eutanasia, algo que finalmente no ocurrió. "Hablé con ella: 'Ya esto de la eutanasia...'. Y ella dijo: 'Yo me quiero ir ya, hace tiempo. Por favor, ayúdame",
Ahora que su mujer ha podido cumplir su deseo de morir, Ángel Hernández se ha mostrado "feliz porque ella ha dejado de sufrir y eso es muy importante para mí". Según él, ella deseaba poner fin a su vida desde hacía tiempo, pero tenía reticencias por las consecuencias que habría para su marido si le ayudaba: "Ella era secretaria judicial, sabía lo que me podía ocurrir, como me ha ocurrido, y no sabemos qué pasará... Decía: 'Si después de tantos años cuidándome, de aguantar este sufrimiento conmigo, encima te llevan a la cárcel...".

                                       

                                         

Ramón Sanpedro lo había intentado todo. Fue el primer ciudadano de España en pedir la eutanasia, el suicidio asistido, y los tribunales le denegaron una y otra vez sus reclamaciones. “La ley no lo permite”, le respondían incansablemente. A los 55 años, llevaba casi 30 postrado en una cama, desde que se quedó tetrapléjico con apenas 25 en un accidente. Cansado, decidió tomar las riendas y se quitó la vida el 12 de enero de 1998.
La tarea no fue sencilla. Más allá de que el suicidio no es una elección fácil, Ramón Sampedro no podía hacer nada sin ayuda. Imposibilitado de cuello para abajo desde que se tiró de cabeza al agua en la playa de As Fumas y se rompió la séptima vértebra al chocar contra una roca en 1968. Por eso tuvo que contar con un nutrido grupo de ayudantes. Cada uno, hasta un total de 11 personas, tenía una función específica, compartimentada. En si misma, ninguna de esas tareas constituía un delito. Todas juntas, sin embargo, eran sinónimo de eutanasia.
Un amigo le compró el cianuro, otro calculó la proporción adecuada y el siguiente trasladó el veneno hasta la casa adecuada. Alguien lo recogió, luego se puso la bebida en un vaso al que se le añadió una cañita para que Sampedro pudiera sorber el líquido. Ramón había escrito una carta de despedida (con la boca) y también quiso grabar un vídeo.

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